"..... el rayo me entra en esta parte. Me quema de forma espantosa todo mi cuerpo, por fuera y por dentro. Esto que ven aquí, este cuerpo reconstruido, es misericordia de nuestro Señor. Me carboniza, me deja sin senos, prácticamente me desaparece toda mi carne y mis costillas; el vientre, las piernas... sale el rayo por el pie derecho, se me carboniza el hígado, se me queman los riñones, los pulmones…
Yo llevaba puesto una T de cobre (el DIU), de manera que el cobre, buen conductor eléctrico, me carbonizó, me pulverizó los ovarios. Quedé en paro cardiaco, allí sin vida, el cuerpo saltando por la electricidad que quedó en todo ese sitio. Pero miren, esa es la parte física. Pero lo más hermoso, lo más bello, es que mientras mi carnes estaban allí carbonizadas, yo en ese instante me encontraba dentro de un hermosísimo túnel blanco. ¡Era un gozo, una paz, una felicidad!... que no hay palabras humanas para describirles la grandeza de ese momento; era un éxtasis inmenso. Yo iba feliz, gozosa, nada me pesaba dentro de ese túnel. Miré en el fondo de ese túnel como un sol, una luz hermosísima. Yo digo que es blanco para ponerle color porque ninguno de los colores es comparable terrenalmente con esa luz hermosísima. Yo sentía la fuente de todo ese amor, de esa paz...
Cuando yo voy subiendo digo: ¡miér…coles! ¡Me morí! Y en ese instante pienso en mis hijos y digo: - ¡Ay Dios mío, mis hijitos! ¿Qué van a decir esos hijos? “Esa mamá tan ocupada, nunca tuvo tiempo para ellos.” Ahí miro, con verdad, la vida mía y me da tristeza. Me salí de mi casa a transformar el mundo; y me quedaron grandes mis hijos y mi hogar.
Y en ese instante de vacío por mis hijos, yo hago una mirada. Cuando miro, hay algo bello. Ya mis carnes no estaban ni en las medidas de tiempo de acá, ni de espacio, y vi a todas las personas en un mismo instante, en un mismo momento, a todas las personas; a los vivos y a los muertos. Me abracé con mis bisabuelos, con mis padres, que habían fallecido, con todos. Fue un momento pleno, hermoso. Ahí me di cuenta, que me habían metido un "gol" con la reencarnación, porque yo si defendía la reencarnación. Y yo decía: “¡mi abuelo!” y “¡mi bisabuelo!”… andaba viéndolos por todas partes. Me abrazaron. Me encontré con ellos en un instante, nos abrazamos y abracé a todas las personas con las cuales tuve que ver en mi vida, en todas partes, en un mismo instante. Sólo a mi hija, cuando yo la abracé, se asustó. Tenía 9 años, ella sí sintió mi abrazo. No había pasado nada de tiempo en ese momento tan hermoso, y ¡que lindo! ya sin cuerpo. Ya no miraba como miraba antes, que sólo miraba el que estaba gordo, flaco, negro, feo, con prejuicios. Así no. Ya cuando estaba sin cuerpo, veía el interior de las personas. ¡Qué lindo ver el interior de las personas! Ver en las personas sus pensamientos, sus sentimientos. Los abracé en un instante y sin embargo, yo seguía subiendo y subiendo llena de gozo. Sentí que iba a disfrutar de una vista hermosa, en el fondo, un lago bellísimo.
En ese instante oigo la voz de mi esposo. Mi esposo llora y con un grito profundo, con todo el sentimiento me grita. Dice: "¡Qué hubo Gloria! por favor ¡no se vaya! ¡Mire Gloria regrese! ¡Los niños Gloria! No sea cobarde". En ese instante yo hago esa mirada así, como global y no lo miro sólo a él y lo vi llorando con tanto dolor Y ahí el Señor me concede regresar. Yo no me quería venir. ¡Qué gozo! ¡Qué paz! ¡Qué alegría! Entonces empecé a bajar lentamente a buscar mi cuerpo. Me encontré sin vida. Estaba mi cuerpo en la camilla de la Universidad Nacional, de la Enfermería. Veía como los médicos le hacían como choques eléctricos a mi corazón para sacarme del paro cardíaco. Duramos dos horas y media allí, tirados. Porque no nos podían recoger, porque "le pasábamos corriente" a todo el mundo. Hasta que dejamos de "pasar corriente" y nos pudieron asistir. Y me empezaron a reanimar. Mire. Yo llego y pongo los pies aquí. En esa parte de mi cabeza. Y una chispa con violencia me entra. Y yo entro en mi cuerpo; me dolió muchísimo entrar. Porque es que salen chispas como de todas partes. Y lo veía encapsular en esto "tan chiquito". Y el dolor de mi carne. Mi carne quemada. ¡Como me dolía! Salía humo y vapor. Y el dolor más terrible, el de mi vanidad. Una mujer con criterios de mundo, la mujer ejecutiva, la intelectual, la estudiante, y la esclava del cuerpo, de la belleza y de la moda: 4 horas diarias de aeróbicos. Esclavizada para tener un cuerpo hermoso. Masajes, dietas... ¡Bueno! de todo lo que se quieran imaginar. Esa era mi vida, una rutina esclavizante por un cuerpo bello. Y yo decía: - Bueno, si tengo senos bonitos es para mostrarlos porque ¿qué tal guardados? Igual mis piernas, porque sentía que tenía muy espectaculares piernas y senos. En un instante veía con horror como toda una vida cuidando un cuerpo. Ése era el centro de mi vida: el amor a mi cuerpo. Y no había cuerpo. Ni senos. Solo unos huecos impresionantes. Sobre todo el seno izquierdo estaba prácticamente desaparecido, y mis piernas… era lo más terrible que tenia, pedazos vacíos y sin carnes, como chicharrón negrísimos. Y de allí me llevaron al Seguro Social. Rápidamente me operan y empiezan a raspar todos mis tejidos quemados.
Cuando yo estoy anestesiada, me vuelvo a salir del cuerpo, y estaba mirando lo que estaban haciendo los médicos con mi cuerpo, preocupada por mis piernas. Cuando de pronto… ¡fue un momento tan terriblemente horroroso! Porque yo les cuento, mis hermanos, yo era "Católica Dietética" como toda mi vida. Pues mi relación con el Señor era una eucaristía los domingos, 25 minutos donde el Padre hablara menos, porque “¡qué desespero y que angustia!” Esa era mi relación con Dios. Y como esa era mi relación, sólo eso, pues todas las corrientes del mundo me arrastraban como una veleta. Al punto de que cuando ya me estaba especializando, y cuando yo estaba estudiando y oía a un sacerdote que "el infierno no existía y que los diablos tampoco" ¿Quién dijo miedo? A mi lo único triste… Mire padre, y vergonzosamente les confieso: lo único que me mantenía en la iglesia era el miedo al Diablo. Y cuando me dicen que no existe, pues ¡que lucha! Y yo dije: "Bueno, para el Cielo vamos, no importa como somos". Entonces, eso terminó de alejarme totalmente del Señor. Empiezo a hablar mal porque el pecado no se quedó en mí. Yo empiezo a dañar mi relación con el Señor. ¡Peor! Empiezo a decirle a todo el mundo que los demonios no existen, que son invenciones de los curas, que son manipulaciones, ¡bueno! Y estudiando con muchos compañeros de La Nacional, empecé a andar con el cuento de que Dios no existía y que éramos producto de una evolución.
Y miren, cuando me veo en ese instante, ¡que susto tan terrible! Cuando veo a los demonios, y que me vienen a recoger, y que ¡la paga soy yo!... En ese instante empiezo a ver cómo de la pared del quirófano empiezan a brotar muchísimas personas. Aparentemente común y corrientes, pero con una mirada de odio tan grande, una mirada espantosa. Y yo me doy cuenta en ese instante, que en mis carnes hay una sabiduría especial; y yo me doy cuenta de que a todos ellos les debo; que el pecado no fue gratis y que la principal infamia y mentira del demonio fue decir que no existía. Y veo como me vienen y me empiezan a rodear y me vienen a recoger. Ya ustedes tienen idea del susto, ¡el terror! Esta mente científica e intelectual no me servía de nada. Y rebotaba al piso, rebotaba dentro de mi carne, para que mi carne me recibiera y mi carne no me recibía. En ese susto tan terrible, yo salí corriendo y no sé en que instante atravesé la pared del quirófano. Yo aspiraba a esconderme entre los pasillos del hospital, y no. Cuando pasé la pared del quirófano... ¡zas! un salto al vacío.
Y entro por una cantidad de túneles que van hacia abajo. Al principio tenían luz y eran como panales de abeja, donde había muchísima gente. Pero voy descendiendo y la luz se va perdiendo y empiezo a andar en unos túneles de tinieblas espantosas y cuando llego a las tinieblas esas no tienen comparación. Vea, lo más oscuro de lo oscuro terrenal es luz del mediodía allá. No se puede comparar. Ellas mismas tinieblas ocasionan dolor, horror, vergüenza, y huelen mal. Y yo termino ese descenso por entre todos esos túneles y llego a una parte plana, desesperada, Esa voluntad de hierro que decía que tenía (es que a mi nada me quedaba grande) no me servía de nada. Porque yo quería subir, e igual estaba ahí, y veo como en el suelo se abre una boca grandísima y siento un vacío impresionante en mi cuerpo, un abismo al fondo inenarrable, porque lo mas espantoso de ese hueco era que no se sentía ni un poco del amor de Dios, ni una gota de esperanza y ese hueco tiene como unas chupas y me jalan y yo grito aterrorizada.
Y yo sabia que si entraba ahí, ya estaba muerta mi alma. Y en ese horror tan grande, cuando estoy entrando, me toman de los pies. Mi cuerpo entró en ese hueco pero mis pies estaban sostenidos desde arriba. Fue un momento muy doloroso y terrorífico. ¡Vea! El ateismo se me quedo en el camino y empecé a gritar: ¡”Almas del purgatorio, por favor sáquenme de aquí”! Cuando yo estaba gritando fue un momento de un dolor inmenso porque me doy cuenta que ahí se encuentran millares y millares de personas en ese hueco, sobre todo jóvenes, y con dolor me doy cuenta que se empieza a escuchar el rechinar de dientes con unos alaridos y lamentaciones que me estremecían. Muchos años me habían costado asimilar eso, porque yo me ponía a llorar cada vez que me acordaba del sufrimiento de esas personas, y me doy cuenta que allí estaban todas las personas que en un segundo de desesperación se habían suicidado y estaban en esos tormentos con todas esas cosas que ahí se encontraban, pero lo mas terrible de esos tormentos es la ausencia de Dios. No se sentía al Señor.
Yo llevaba puesto una T de cobre (el DIU), de manera que el cobre, buen conductor eléctrico, me carbonizó, me pulverizó los ovarios. Quedé en paro cardiaco, allí sin vida, el cuerpo saltando por la electricidad que quedó en todo ese sitio. Pero miren, esa es la parte física. Pero lo más hermoso, lo más bello, es que mientras mi carnes estaban allí carbonizadas, yo en ese instante me encontraba dentro de un hermosísimo túnel blanco. ¡Era un gozo, una paz, una felicidad!... que no hay palabras humanas para describirles la grandeza de ese momento; era un éxtasis inmenso. Yo iba feliz, gozosa, nada me pesaba dentro de ese túnel. Miré en el fondo de ese túnel como un sol, una luz hermosísima. Yo digo que es blanco para ponerle color porque ninguno de los colores es comparable terrenalmente con esa luz hermosísima. Yo sentía la fuente de todo ese amor, de esa paz...
Cuando yo voy subiendo digo: ¡miér…coles! ¡Me morí! Y en ese instante pienso en mis hijos y digo: - ¡Ay Dios mío, mis hijitos! ¿Qué van a decir esos hijos? “Esa mamá tan ocupada, nunca tuvo tiempo para ellos.” Ahí miro, con verdad, la vida mía y me da tristeza. Me salí de mi casa a transformar el mundo; y me quedaron grandes mis hijos y mi hogar.
Y en ese instante de vacío por mis hijos, yo hago una mirada. Cuando miro, hay algo bello. Ya mis carnes no estaban ni en las medidas de tiempo de acá, ni de espacio, y vi a todas las personas en un mismo instante, en un mismo momento, a todas las personas; a los vivos y a los muertos. Me abracé con mis bisabuelos, con mis padres, que habían fallecido, con todos. Fue un momento pleno, hermoso. Ahí me di cuenta, que me habían metido un "gol" con la reencarnación, porque yo si defendía la reencarnación. Y yo decía: “¡mi abuelo!” y “¡mi bisabuelo!”… andaba viéndolos por todas partes. Me abrazaron. Me encontré con ellos en un instante, nos abrazamos y abracé a todas las personas con las cuales tuve que ver en mi vida, en todas partes, en un mismo instante. Sólo a mi hija, cuando yo la abracé, se asustó. Tenía 9 años, ella sí sintió mi abrazo. No había pasado nada de tiempo en ese momento tan hermoso, y ¡que lindo! ya sin cuerpo. Ya no miraba como miraba antes, que sólo miraba el que estaba gordo, flaco, negro, feo, con prejuicios. Así no. Ya cuando estaba sin cuerpo, veía el interior de las personas. ¡Qué lindo ver el interior de las personas! Ver en las personas sus pensamientos, sus sentimientos. Los abracé en un instante y sin embargo, yo seguía subiendo y subiendo llena de gozo. Sentí que iba a disfrutar de una vista hermosa, en el fondo, un lago bellísimo.
En ese instante oigo la voz de mi esposo. Mi esposo llora y con un grito profundo, con todo el sentimiento me grita. Dice: "¡Qué hubo Gloria! por favor ¡no se vaya! ¡Mire Gloria regrese! ¡Los niños Gloria! No sea cobarde". En ese instante yo hago esa mirada así, como global y no lo miro sólo a él y lo vi llorando con tanto dolor Y ahí el Señor me concede regresar. Yo no me quería venir. ¡Qué gozo! ¡Qué paz! ¡Qué alegría! Entonces empecé a bajar lentamente a buscar mi cuerpo. Me encontré sin vida. Estaba mi cuerpo en la camilla de la Universidad Nacional, de la Enfermería. Veía como los médicos le hacían como choques eléctricos a mi corazón para sacarme del paro cardíaco. Duramos dos horas y media allí, tirados. Porque no nos podían recoger, porque "le pasábamos corriente" a todo el mundo. Hasta que dejamos de "pasar corriente" y nos pudieron asistir. Y me empezaron a reanimar. Mire. Yo llego y pongo los pies aquí. En esa parte de mi cabeza. Y una chispa con violencia me entra. Y yo entro en mi cuerpo; me dolió muchísimo entrar. Porque es que salen chispas como de todas partes. Y lo veía encapsular en esto "tan chiquito". Y el dolor de mi carne. Mi carne quemada. ¡Como me dolía! Salía humo y vapor. Y el dolor más terrible, el de mi vanidad. Una mujer con criterios de mundo, la mujer ejecutiva, la intelectual, la estudiante, y la esclava del cuerpo, de la belleza y de la moda: 4 horas diarias de aeróbicos. Esclavizada para tener un cuerpo hermoso. Masajes, dietas... ¡Bueno! de todo lo que se quieran imaginar. Esa era mi vida, una rutina esclavizante por un cuerpo bello. Y yo decía: - Bueno, si tengo senos bonitos es para mostrarlos porque ¿qué tal guardados? Igual mis piernas, porque sentía que tenía muy espectaculares piernas y senos. En un instante veía con horror como toda una vida cuidando un cuerpo. Ése era el centro de mi vida: el amor a mi cuerpo. Y no había cuerpo. Ni senos. Solo unos huecos impresionantes. Sobre todo el seno izquierdo estaba prácticamente desaparecido, y mis piernas… era lo más terrible que tenia, pedazos vacíos y sin carnes, como chicharrón negrísimos. Y de allí me llevaron al Seguro Social. Rápidamente me operan y empiezan a raspar todos mis tejidos quemados.
Cuando yo estoy anestesiada, me vuelvo a salir del cuerpo, y estaba mirando lo que estaban haciendo los médicos con mi cuerpo, preocupada por mis piernas. Cuando de pronto… ¡fue un momento tan terriblemente horroroso! Porque yo les cuento, mis hermanos, yo era "Católica Dietética" como toda mi vida. Pues mi relación con el Señor era una eucaristía los domingos, 25 minutos donde el Padre hablara menos, porque “¡qué desespero y que angustia!” Esa era mi relación con Dios. Y como esa era mi relación, sólo eso, pues todas las corrientes del mundo me arrastraban como una veleta. Al punto de que cuando ya me estaba especializando, y cuando yo estaba estudiando y oía a un sacerdote que "el infierno no existía y que los diablos tampoco" ¿Quién dijo miedo? A mi lo único triste… Mire padre, y vergonzosamente les confieso: lo único que me mantenía en la iglesia era el miedo al Diablo. Y cuando me dicen que no existe, pues ¡que lucha! Y yo dije: "Bueno, para el Cielo vamos, no importa como somos". Entonces, eso terminó de alejarme totalmente del Señor. Empiezo a hablar mal porque el pecado no se quedó en mí. Yo empiezo a dañar mi relación con el Señor. ¡Peor! Empiezo a decirle a todo el mundo que los demonios no existen, que son invenciones de los curas, que son manipulaciones, ¡bueno! Y estudiando con muchos compañeros de La Nacional, empecé a andar con el cuento de que Dios no existía y que éramos producto de una evolución.
Y miren, cuando me veo en ese instante, ¡que susto tan terrible! Cuando veo a los demonios, y que me vienen a recoger, y que ¡la paga soy yo!... En ese instante empiezo a ver cómo de la pared del quirófano empiezan a brotar muchísimas personas. Aparentemente común y corrientes, pero con una mirada de odio tan grande, una mirada espantosa. Y yo me doy cuenta en ese instante, que en mis carnes hay una sabiduría especial; y yo me doy cuenta de que a todos ellos les debo; que el pecado no fue gratis y que la principal infamia y mentira del demonio fue decir que no existía. Y veo como me vienen y me empiezan a rodear y me vienen a recoger. Ya ustedes tienen idea del susto, ¡el terror! Esta mente científica e intelectual no me servía de nada. Y rebotaba al piso, rebotaba dentro de mi carne, para que mi carne me recibiera y mi carne no me recibía. En ese susto tan terrible, yo salí corriendo y no sé en que instante atravesé la pared del quirófano. Yo aspiraba a esconderme entre los pasillos del hospital, y no. Cuando pasé la pared del quirófano... ¡zas! un salto al vacío.
Y entro por una cantidad de túneles que van hacia abajo. Al principio tenían luz y eran como panales de abeja, donde había muchísima gente. Pero voy descendiendo y la luz se va perdiendo y empiezo a andar en unos túneles de tinieblas espantosas y cuando llego a las tinieblas esas no tienen comparación. Vea, lo más oscuro de lo oscuro terrenal es luz del mediodía allá. No se puede comparar. Ellas mismas tinieblas ocasionan dolor, horror, vergüenza, y huelen mal. Y yo termino ese descenso por entre todos esos túneles y llego a una parte plana, desesperada, Esa voluntad de hierro que decía que tenía (es que a mi nada me quedaba grande) no me servía de nada. Porque yo quería subir, e igual estaba ahí, y veo como en el suelo se abre una boca grandísima y siento un vacío impresionante en mi cuerpo, un abismo al fondo inenarrable, porque lo mas espantoso de ese hueco era que no se sentía ni un poco del amor de Dios, ni una gota de esperanza y ese hueco tiene como unas chupas y me jalan y yo grito aterrorizada.
Y yo sabia que si entraba ahí, ya estaba muerta mi alma. Y en ese horror tan grande, cuando estoy entrando, me toman de los pies. Mi cuerpo entró en ese hueco pero mis pies estaban sostenidos desde arriba. Fue un momento muy doloroso y terrorífico. ¡Vea! El ateismo se me quedo en el camino y empecé a gritar: ¡”Almas del purgatorio, por favor sáquenme de aquí”! Cuando yo estaba gritando fue un momento de un dolor inmenso porque me doy cuenta que ahí se encuentran millares y millares de personas en ese hueco, sobre todo jóvenes, y con dolor me doy cuenta que se empieza a escuchar el rechinar de dientes con unos alaridos y lamentaciones que me estremecían. Muchos años me habían costado asimilar eso, porque yo me ponía a llorar cada vez que me acordaba del sufrimiento de esas personas, y me doy cuenta que allí estaban todas las personas que en un segundo de desesperación se habían suicidado y estaban en esos tormentos con todas esas cosas que ahí se encontraban, pero lo mas terrible de esos tormentos es la ausencia de Dios. No se sentía al Señor.
Y en ese dolor empiezo a gritar “¡¿quien se equivocó?!” Miren, ¡yo tan santa! “Jamás he robado, yo nunca he matado, yo le daba mercados (comida) a los pobres, yo sacaba muelas gratis a los que necesitaban. ¿¿Yo que hago aquí??” Yo iba a misa los domingos. A pesar de que me consideraba atea nunca falté, Si en mi vida falté cinco veces a Misa fue mucho. Yo era alma que siempre iba a misa. “Y yo ¡¿que hago aquí?! Yo soy católica, por favor, yo soy católica ¡sáquenme de aquí!" Cuando yo estoy gritando que soy católica, veo una lucecita y miren, una luz en esas tinieblas es el máximo regalo que puede recibir uno. Veo unas escaleras encima de ese hueco, veo a mi papá, que había fallecido cinco años atrás, casi a ras del hueco, un poquito de luz tenía, y cuatro escalones mas arriba veo a mi mamá, con mucha mas luz y en esa posición como de oración.
Cuando yo los vi ¡me dio una alegría tan grande! y empecé a gritar:” ¡Papito, mamita por favor, sáquenme de aquí se lo suplico, sáquenme de aquí!”. Cuando ellos bajan la vista y mi papá me ve allí. ¡Si hubieran visto el dolor tan grande que sintieron ellos! Uno siente los sentimientos en el sitio, uno mira esa parte y ve ese dolor tan grande. Mi papá empezó a llorar y se ponía sus manitas en la cabeza y temblaba: “¡hija mía, hija mía!”. Y mi mamá oraba. Y me doy cuenta de que ellos no me pueden sacar. El dolor que me daba era de ver que ellos estaban allí compartiendo ese dolor conmigo.
Y empiezo a gritar de nuevo:” ¡Por favor, miren, sáquenme de aquí, que soy católica!... pero ¿quién se equivocó? Por favor, ¡sáquenme de aquí!” Y cuando yo estoy gritando esta segunda vez, se escucha una voz. Es una voz dulce. Es una voz que cuando la escucho se estremece toda mi alma, y todo se inundo de amor y de paz, y todas esas criaturas salieron despavoridas, porque ellas no resisten el amor, ni la paz. Y hay paz para mi, me dice esa voz tan preciosa: “Muy bien, y si tu eres católica dime los mandamientos de la ley de Dios”.
Y ¡que rajada tan horrible! ¿oyeron? Yo sabía que eran diez pero de ahí en adelante, nada. ¡Miér…coles! ¿Qué voy hacer aquí? No, aquí si hago. Mi mamá siempre me hablaba del primer mandamiento del amor. Al fin me sirvió. Al fin sirvió para algo la carretica de mi mamá. Aquí me toca echar esta carreta de mi mamá para ver como salgo de ésta, que no se note las demás. Pensaba manejar las cosas como las manejaba acá: siempre tenia la excusa perfecta, y siempre me justificaba y me defendía de tal manera que nadie se enteraba de lo que no sabía. Y aquí me figuro, aquí empiezo a decir: “… el primero: amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo ".
-¡" Muy bien!" Y me dice: "¿Y tú los has amado"
- Y digo: “¡yo sí, yo si, yo si!”
Y es cuando me dicen: "¡No!”.
Miren, cuando me dijeron “¡No!", ahí sí sentí el corrientazo del rayo, porque yo no me di cuenta en qué parte me cayó el rayo, no sentía nada. Y me dicen: "¡NO! Tú no has amado a tu Señor sobre todas las cosas, y muchísimo menos a tu prójimo como a ti misma! Tú hiciste un dios que acomodaste a tu vida sólo en momentos de extrema necesidad. Te postrabas ante él, cuando eras pobre, cuando tu familia era humilde, cuando querías ser profesional. ¡Ahí sí! Todos los días orabas y te postrabas tiempos enteros, horas enteras, suplicando a tu Señor, orando y pidiéndole para que Él te sacara de esa pobreza y te permitiera ser profesional y ser alguien. Cuándo tenías necesidad, querías dinero, ahí mismo un Rosario Señor, Pero ¡mándame la platica! (dinero). ¡Esa era la relación que tú tenías con el Señor!”
Yo veía a mi Señor, de verdad tristemente. Les comento, la relación con Dios era de “cajero automático”. Cogía un Rosario y tenía que bajar la “plata”; esa era mi relación con Él. Y me muestran: tan pronto el Señor me permitió que tuviese profesión, que empezaba a tener un nombre y empezaba a tener dinero ya me quedo chiquitico el Señor, y ya empecé a creerme muchísimo.
“Ni siquiera la mínima expresión de amor con tu Señor.”
¿Ser agradecida? ¡Jamás! Ni siquiera abría los ojos: “Señor, gracias por este día que me has dado, gracias por mi salud, por la vida de mis hijos, porque tengo un techo… ¡pobrecitos los que no tienen techo ni comida, Señor!” ¡Nada! ¡Desagradecidísima!
“Y fuero de eso, pusiste tan debajo a tu Señor, que creías más en Mercurio y Venus para la suerte. Andabas cegada por la astrología diciendo que los astros manejaban tu vida. Empezaste andar en todas las doctrinas que te ofrecía el mundo, empezaste a creer que simplemente morías y volvías a empezar. Y ¡te olvidaste de la Gracia! ....de que tú habías costado un precio de sangre a tu Señor.”
Me hacen un examen de los Diez Mandamientos. Me muestran que yo decía que adoraba, que amaba a Dios….con mis palabras; y ¡adoraba a Satanás! Porque en mi consultorio llegaba una señora a hacer riegos, y yo decía: "Yo no creo en eso, pero ¡échelos por sí las moscas!" Y empezaba a echar ella rieguitos para la buena suerte. Había puesto allá, en un rincón donde no supieran los pacientes, una penca de sábila con una herradura que dicen que es para alejar las malas energías.
Miren todo eso… ¡vergonzoso! Me hacen un análisis de toda mi vida sobre los diez mandamientos, me muestran con el prójimo quien fui yo, cómo le decía a Dios que lo amaba cuando todavía no me había alejado de El; cuando no había empezado a andar en el ateismo yo decía: -¡Dios mío te amo! Pero con esa misma lengua que yo bendecía al Señor, con esa misma lengua le daba garrote a toda la humanidad. Criticaba a todo el mundo, a todo el mundo andaba señalando con el dedo, siempre la santa Gloria. Y cómo me mostraba que yo decía que amaba a Dios y era envidiosa y ¿¡que agradecida!?
“Jamás les reconociste (a tus padres) todo el esfuerzo y amor y la entrega de ellos, para darte una profesión, para levantarte Y todo eso, tan pronto tuviste profesión, hasta ellos te quedaron pequeños, al punto de llegar a avergonzarte de tu mamá, por la humildad y la pobreza de ella.
Y me muestran como esposa. ¿Quién era? Todo el día renegando desde que me levantaba. Mi esposo me decía: “Buenos días”
“¿Cuáles buenos días? Mire, ¡está lloviendo!” Renegando todo el tiempo, y con mis hijos. Me muestran que ni siquiera jamás tuve amor y compasión por el prójimo, por mis hermanos de fuera.
Y me decía el Señor “Nunca pensaste: ¡pobrecitos, Señor, los enfermos! Dame la gracia de ir allá a acompañarlos en su soledad. Los niños que no tienen mamá, los huerfanitos, cuantos niños sufriendo Señor”.
¡Corazón de piedra! Total, en el examen de los diez mandamientos no pase ni medio.
¡Terrible! ¡Espantoso! Vivía un verdadero caos. ¿Cómo que yo no había asesinado y había matado a tanta gente?
Por ejemplo yo di muchos mercados (comida) a gente necesitada pero daba, no por amor, daba por mi imagen, porque como era muy rico que todo mundo me viera la gracia…. ¡Y cómo era de rico manipular la necesidad a la gente!
Y entonces yo decía: “Tome le doy este mercado (comida) pero me hace el favor, va y me reemplaza en las reuniones del colegio de mis hijos, porque yo no tengo tiempo de ir a las reuniones personales, de los colegios. Y así a todo el mundo le daba cosas pero les manipulaba. Además me encantaba que anduviera un montón de gente detrás de mí diciendo lo buena y lo santa que era. ¡Me creé una imagen!
Y me dicen a mi: “¡Es que tu tenías un dios y ese dios era el dinero! ¡Por él te condenaste! Por él te hundiste en el abismo y te alejaste de tu Señor.” Nosotros sí habíamos tenido mucho dinero, pero estábamos quebrados, endeudadísimos, se nos había acabado el dinero. Entonces, cuando me dicen “dios dinero”, yo grité: “Pero ¿cual dinero?... si yo allá en la tierra deje muchas culebras (deudas)”.
Y cuando me hablaban, por ejemplo, del segundo mandamiento veía que yo, pequeñita, tristemente aprendí que para evitar los castigos de mi mamá, que eran bastante severos, las mentiras eran excelentes, y empecé a caminar con el padre de la mentira (Satanás). Y empecé a volverme mentirosa y a medida que mis pecados iban creciendo, las mentiras iban haciéndose más grandes. Me daba cuenta que mi mamá respetaba mucho al Señor y para ella el nombre del Señor era santísimo. Entonces yo pensé y dije: “aquí tengo el arma perfecta” y comencé a jurar en vano. Le decía: “Mami, por Cristo lindo te juro…….”, y así evitaba los castigos. Imagínense en mi mentira colocando el Santísimo nombre del Señor en las porquerías, en mi inmundicia, porque ya estaba llena de tanta mugre y de tanto pecado….!
Y, vean hermanos, aprendí que las palabras no se las lleva el viento. Cuando mi mamá se me ponía muy terca le decía: “Mamá ¿sabe qué? que me parta un rayo si te estoy diciendo mentiras.” Y la palabra se fue en el tiempo. Pero miren, por misericordia de Dios estoy aquí, porque en realidad el rayo entró y me atravesó prácticamente en dos partes y me quemó.
Me mostraban cómo yo, que me decía católica, nunca tuve palabra y siempre anteponía el Santo nombre del Señor.
Me impresionó cómo el Señor pasaba y todas las criaturas, todas esas cosas espantosas, se echaban al suelo en una adoración impresionante. Vi a la Santísima Virgen postrada a los pies del Señor, orando por mí, en una extrema adoración; y yo pecadora, desde mi inmundicia, de tú a tú con el Señor. Yo, tan buena que he sido… renegando y maldiciendo del Señor.
En “Santificar las fiestas” fue espantoso y sentí un inmenso dolor. La voz me decía que yo dedicaba cuatro y cinco horas a mi cuerpo y ni siquiera diez minutos diarios de profundo amor al Señor, de agradecimiento o de una oración. Eso sí, empezaba el Rosario a una velocidad y yo decía: “en los comerciales (anuncios) de la novela alcanzo a hacer el Rosario”. Mostraban cómo nunca fui agradecida con el Señor, y también me mostraban lo que yo decía cuando me daba pereza ir a Misa: “Pero mamá, si Dios esta en todas partes ¿qué necesidad tengo de ir allá?” Claro que me era muy cómodo decir eso. Y la voz me repetía que yo tenía al Señor veinticuatro horas en el día pendiente de mí, y yo no rezaba ni un poquito ni iba un domingo a darle gracias al Señor, a mostrarle cuán grande era mi agradecimiento y mi amor por Él. Pero lo peor del caso es que esa entrada a la iglesia era el restaurante de mi alma. Me dediqué a cuidar mi cuerpo, me volví esclava, y se me olvido un pequeño detalle: tenía un alma y jamás cuidé de ella, nunca la alimente con la Palabra de Dios porque yo, muy cómodamente, decía que el que lee la palabra de Dios se volvía loco.
Y en los sacramentos, nada. Yo solamente: “que ¿cómo me iba a confesar con esos viejos que eran más malos que yo? Porque era muy cómodo para mí, entre mi porquería, no irme a confesar. El maligno me sacó de la confesión y así fue como me quitó la salud y limpieza de mi alma, porque cada vez que yo cometía pecado no era gratis; Satanás ponía dentro de esa blancura de mi alma su marca, una marca de tinieblas. Jamás, solo en mi primera comunión hice una buena confesión; de hay en adelante nunca más, y recibí a mi Señor indignamente.
Llegó a tal punto la blasfemia, la incoherencia de mi vida, que yo llegue a decir: “¿Cuál Santísimo? ¿¿Dios vivo en un pan?? Es que esos sacerdotes deberían echarle un poco de arequipe para que supiera a rico”. Hasta ese punto llegó la degradación de mi relación con Dios.
Jamás alimenté mi alma, y para rematar, no hacía sino criticar a los sacerdotes. ¡Si hubieran visto como me fue de mal con eso! En mi familia y desde muy pequeños criticábamos a los sacerdotes, empezando por mi papá. Decía que “esos tipos son unos mujeriegos que tienen más plata que nosotros” y nosotros lo repetíamos. Y nuestro Señor me decía: “¿Quién te creías tú para hacerte Dios y juzgar a mis ungidos?” Me decía: “son de carne, y la santidad de un sacerdote la hace la comunidad, que ora, le ama y le apoya, Y cuando un sacerdote cae en pecado, no le preguntan tanto al sacerdote sino a la comunidad.” Y el Señor me mostraba que cada vez que yo criticaba a los sacerdotes se me pegaban unos demonios. Fuera de eso ¡cuanto mal hice cuando llamé a un sacerdote homosexual y toda la comunidad se enteró! ¡No se imaginan cuanto daño hice!
Del cuarto mandamiento: Honrar a padre y madre, el Señor me mostraba, cómo ya les comenté, cómo fui de desagradecida con mis padres, como maldecía y renegaba de ellos porque no me podían dar todo lo que mis amiga tenían, y cómo fui una hija que no valoraba lo que tenía. Llegué al punto de decir que esa no era mi mamá porque me parecía muy poquita cosa para mí. Fue espantoso ver el resumen de una mujer sin Dios y cómo una mujer sin Dios destruye todo lo que se acerca. Y fuera de eso, lo más grande de todo es que yo sentía que era buena y santa. También me mostró el Señor como yo creía que no me rajaba (fallaba) en este mandamiento por el simple hecho de haber pagado los médicos y las medicinas de mis padres cuando ellos se enfermaron. También, cómo yo analizaba todo a través del dinero y cómo los manipulé cuando yo tenía dinero. Hasta de ellos me aproveché; el dinero me endiosó y los pisoteé. ¿Saben qué me dolió? Ver a mí papá llorando con tristeza. A pesar de todo, él había sido un buen padre que me había enseñado a ser trabajadora, emprendedora y que debía ser honrada, porque sólo el que trabaja puede salir adelante. Pero se le olvido un pequeño detalle: que yo tenía alma, y que él era un evangelizador con su testimonio… y vi cómo toda mi vida se empezó a hundir a través de todo esto.
Veía a mi papá con dolor cuando era mujeriego; él era feliz diciéndole a mi mamá y a toda la gente que él era muy macho porque tenía muchas mujeres y que podía con todas; que además el tomaba (bebía) y fumaba… esos vicios que lo hacían sentir orgulloso, pues él no pensaba que eran vicios sino virtudes. Y empecé a ver como mi mamá se cubría las lágrimas cuando mi papá empezaba hablar de otras mujeres. Me empecé a llenar de rabia, de resentimiento y empiezo a ver como el resentimiento me lleva a la muerte espiritual. Sentía una rabia espantosa de ver cómo mi papá humillaba a mi mamá delante de todo el mundo. Y empiezo con la rebeldía y le digo a mi mamá; “Yo nunca voy hacer como usted. ¡Por eso las mujeres no valemos nada, por mujeres como usted, sin dignidad, sin orgullo que se dejan pisotear de los hombres!“ Y yo le decía a mi papá cuando ya fui mas grande:”Jamás, póngale cuidado, papá, jamás voy a permitir que un hombre me humille como usted lo hace con mi mamá. Si un hombre me llega a ser infiel yo me desquito (divorcio), papá”. Mi papá me pegó y me dijo: ”¿Cómo se le ocurre?” Mi papá era muy machista y le dije: “Así me pegue y me mate, si yo me llego a casar y mi esposo me es infiel, yo me desquito, para que los hombres entiendan como sufre una mujer cuando un hombre la pisotea”. Y me lleno de todo ese resentimiento y de esa rabia, y cuando ya tuve plata empecé a decirle a mi mamá: “¿Sabe qué, mamá? ¡sepárese de mi papá!”... y eso que yo adoraba a mi papá. “Es imposible que usted aguante un tipo así. Sea digna, ¡hágase valer mamá!” ¡Imagínense! Quería divorciar a mis padres. Y mamá decía, “no hija, a mí no es que no me duela, a mí sí me duele, pero me sacrifico porque ustedes son siete hijos y yo no soy sino una. Me sacrifico porque finalmente su papá es un buen papá y yo sería incapaz de irme y dejarlos sin papá. Además, si yo me separo ¿quien va a orar para que su papá se salve? Yo soy la que puedo orar para que su papá encuentre la salvación, porque el dolor y el sufrimiento que él me ocasiona yo los uno a los dolores de la Cruz, y todos los días le digo al Señor: “Este dolor no es nada; unido a Tu Cruz me permita que se salve a mi esposo y a mis hijos”. Yo no entendía eso. Y ¿saben qué? Me dio tanta rabia y eso hizo que mi vida cambiara y me volviera una rebelde, y empezara a promulgar en esos mismos deseos de defender a la mujer. Empecé a defender el aborto, la eutanasia, el divorcio y a defender la “Ley del Talión”: el que me la hace me la paga. Nunca fui infiel físicamente, pero dañé a mucha gente con mis consejos.
Cuando llegamos al quinto mandamiento el Señor me mostraba que yo era una asesina espantosa y que cometí lo más abominable ante los ojos del Señor: el aborto. Miren, es que el poder que me dio el dinero me sirvió para financiar varios abortos, porque yo decía: “la mujer tiene derecho a escoger cuando quiere quedar embaraza o no”. Miré en el Libro de la Vida y ¡me dolió tanto cuando vi a una niña de catorce años abortando! Y yo le había enseñado; porque saben que cuando uno tiene veneno, nada bueno queda, y todo a lo que se acerca se daña.
Unas niñas, tres sobrinas mías y la novia de un sobrino abortaron. Las dejaban ir a mi casa porque yo era la de plata (dinero), la que las invitaba, la que les hablaba de moda, de glamour, y de cómo exhibir su cuerpo. Y mi hermana me las mandaba allá. Miren cómo las prostituí. Prostituí menores, que fue otro pecado espantoso después del aborto, porque yo les decía a esas niñas:”no sean bobitas, mi hijitas, es que sus mamá les hablan de virginidad y de castidad porque están pasadas de moda. Ellas hablan de una Biblia de hace dos mil años, y los curas no se han querido modernizar; ellos hablan de lo que decía el Papa, pero ese Papa está pasado de moda. ¡Imagínense mi veneno! ... y les enseñe a las niñas que ellas tenían que disfrutar de su cuerpo pero que tenían que planificar. Yo les enseñé los métodos de planificación “perfecta mujer”, y esa niña de catorce años, la novia de mi sobrino llega un día a mi consultorio (lo vi en el Libro de la Vida), y llorando me dice:”¡Gloria, soy un bebé y estoy embarazada”. Y yo le dije: “Bruta, ¿no le enseñé a planificar?” Y entonces me dice:”Si, pero no funcionó”. Entonces miré, y el Señor me ponía allí a esa niña para que no se hundiera en el abismo, para que no fuera a abortar, porque es que el aborto es una cadena que pesa tanto, que arrastra y pisotea, es un dolor que nunca se acaba, es el vacío de haber sido un asesino. Es lo peor… ¡a un hijo! Y ¿saben qué fue lo peor de esa niña? Que en lugar de yo hablarle del Señor, le di plata para que fuera a abortar en un lugar muy bueno para que después no la fueran a perjudicar. Así como ese, patrociné varios abortos. Cada vez que la sangre de un bebé se derramaba, era como un holocausto a Satanás, es un holocausto. Al Señor le duele, y se estremece cada vez que se mata un bebé, porque en el Libro de la Vida, vi como el alma de nosotros, tan pronto como se tocan el espermatozoide y el óvulo, se forma una chispa hermosa, una luz cogida del sol de Papá Dios. El vientre de una madre, tan pronto es fecundado, se ilumina con el brillo de esa alma, y cuando se aborta, esa alma grita y gime de dolor, así no tenga ojos ni carne. Se escucha ese grito cuando lo están asesinando y el Cielo se estremece y en el infierno se escucha otro igual pero de jubilo. De inmediato, del infierno se abren unos sellos y salen unas larvas para seguir asediando a la humanidad, y seguir haciéndola esclava de la carne y de todas esas cosas que se ven y se verán cada día peor.
Porque ¿cuantos bebés se matan a diario? Y eso es un triunfo para él (el diablo). Como será que ese precio de sangre inocente ocasiona un demonio más, afuera, y me lavan en esa sangre y mi alma blanca se empezó a poner absolutamente oscura. Después de los abortos ya no tuve mas convicción de pecado, para mí todo eso estaba bien. Y lo triste también era ver cómo en esos pagarés que me tenía el maligno allí, me mostraba todos los bebés que yo había matado también. Porque ¿saben qué? Yo planificaba con la t de cobre (DIU) y fue doloroso ver cuántos bebitos habían sido fecundados y se habían estallado esos soles, y el grito de ese bebé desgarrándose de las manos de papá Dios. Con razón que vivía amargada y enfadada, haciendo mala cara, frustrada con todos y con mucha depresión y decía para mi: “¡Qué mamera!” Claro, me había vuelto una máquina de matar bebés.
Y eso me hundió más en el abismo; ¿¿cómo que no había matado?? Y ¿qué decir de cada persona que me cayó gorda, que odiaba, que detestaba? ¡Ahí ya era aún asesina! Porque no solo con un disparo se mata a una persona; basta con odiarla, con hacerle el mal, con tenerle envidia, con eso ya se le mata. Y en cuanto al sexto mandamiento de no fornicar, yo dije: “No, aquí si que no me van al levantar ni un amante porque yo toda la vida solamente he tenido un hombre y es mi esposo”. Cuando me muestran que yo, cada vez que yo estaba con mis senos descubiertos y mi cuerpo con mis trusas, estaba incitando a otros hombres a que me miraran y tuvieran malos pensamientos y los hacia pecar, y así fue como entré en adulterio.
Yo les aconsejaba a las mujeres que fueran infieles con sus esposos. Les decía: “no sean bobas, desquítense, no los perdonen y mas bien divórciense.” Ya con eso estaba cometiendo un abominable adulterio. Y me di cuenta de que los pecados de la carne son espantosos y son condenatorios, así el mundo les diga que son chéveres (estupendos) y que sigamos actuando como animales. Tristemente me solté de la mano del Señor, porque los pecados están en los pensamientos, en el alma y en la acción.
¡Fue tan doloroso ver como todo ese pecado, por ejemplo el pecado del adulterio de mi papá, dañó y desgarró a sus hijos! Y a mi me volvió una resentida con los hombres, y en mis hermanos, tres fieles fotocopias de mi papá, felices por ser muy machos, mujeriegos y tomar tragos… no se daban cuenta de cómo dañaban a sus hijos. Por eso mi papá lloraba con tanto dolor viendo cómo su pecado había sido heredado en ellos, en su hija, dañándose así toda la obra de Dios.
En el séptimo mandamiento de No robar, yo me consideraba honrada, y el Señor me mostraba que mientras que en mi casa se desperdiciaba la comida, tanta hambre que padecía todo el mundo, y me decía: “Yo tenia hambre, y mira tú lo que hacías con lo que yo te daba, desperdiciabas. Yo tenia frío y, mira lo que hacías tú, esclavizada con las modas y las apariencias, gastándote mucho dinero en una inyección para estar delgada, esclavizada en el cuerpo. En pocas palabras, hiciste un Dios de tú cuerpo”. Y me mostraba que yo era culpable de la miseria de mi país y que yo sí tenía que ver con eso. También me mostraba que cada vez que yo hablaba mal de alguien, le robaba la honra y ¡qué difícil devolvérsela! Que hubiera sido más fácil reparar el robarle un billete a una persona porque le había podido devolverle la plata y no robarle el buen nombre a una persona. Les robaba a mis hijos la gracia de una mamá en la casa, tierna, una mamá que les amaba y no la mamá en la calle dejando a los niños solos con el “papá televisor”, la “mamá computadora” o con los juegos de video, y para calmar mi conciencia les compraba ropa de marca. Más me horrorizó cuando vi a mi mamá que se cuestionaba, y eso que mi mamá fue una mujer santa que nos corregía y nos amaba, igualmente mi papá y dije “¿que será de mi, que yo ni siquiera les he dado nada a mis hijos? ... Que espanto, que dolor tan grande “.
¡Me dio una vergüenza! … porque en el “Libro de la Vida ve uno todo como en una película, y los niños decían “¡Ay! que se demore mi mamá, que haya un trancón (atasco), porque mi mamá es muy cansona y no hace sino renegar”. ¡Que tristeza! un niño de tres años y una niña más grande diciendo eso. Y les robé a su mamá, les robe la paz que iba a dar en mi casa, y no los dejé que conocieran a Dios a través mío, y no les enseñé a amar al prójimo. Y es que si no amo a mi prójimo, yo no tengo que ver con el Señor; si no tengo misericordia no tengo nada con el Señor.
Porque Dios es amor... y bueno, les voy hablar un poquito de no levantar falsos testimonios. Ni mentir… en eso sí que fui experta ¿oyeron? porque Satanás se volvió mi papá. Es que tú tienes tu papá Dios y a Satanás.
Si Dios es Amor y yo odio ¿quién es mi papá? No era tan difícil, y si Dios me habla del perdón y de amar a los que me hacen daño y yo decía el que me la hace me la paga y hasta allí llegó conmigo, pues ¿quién era mi papá? Y si El es la Verdad y Satanás es la mentira ¿quién era mi papá? Y no hay mentira ni rosada, ni amarillita ni verdecita; todas las mentiras son mentiras, y Satanás es su padre. Tan terrible fueron los pecados de mi lengua, que yo veía con mi lengua cuanto daño hacía. Cuando yo chismoseaba, cuando yo me burlaba, le colocaba un apodo a alguien, cómo se sentía esa persona. Cómo le dolía el apodo. Cómo le podía crear complejo de inferioridad a una persona gordita que le andaba diciendo gorda, cuánto mal hacía y cómo la palabra siempre terminaba en una acción.
Cuando me hacen el examen de los 10 mandamientos y de la codicia salieron todos mis males: ese deseo loco. Yo pensaba que iba a ser feliz teniendo mucho dinero y se me volvió una obsesión tener dinero. Lástima. Cuando tuve mucho dinero fue el peor momento que vivió mi alma, hasta el punto de querer suicidarme. Con tanto dinero y sola, vacía, amargada, frustrada. Esa codicia de desear tener dinero fue el camino que me llevó de la mano a extraviarme y soltarme de la mano del Señor.
Después de ese examen de los 10 Mandamientos, me muestran "El Libro de la Vida" ¡Qué hermoso! Yo ya quisiera tener palabras para describirles "El Libro de la Vida". Empezó desde la concepción, tan pronto se unieron el par de células de mis padres de inmediato, hubo… ¡Zas! una chispa, una explosión hermosa, y se formó un alma, el alma mía, cogida de la mano de Papá Dios. Me encontré un Papá Dios ¡tan hermoso!, ¡tan maravilloso!... 24 horas al día cuidándome, buscándome, y lo que yo veía que era castigo no era más que Su amor, porque Él mira, no aquí en mi carne, sino miraba mi alma, y miraba cómo me iba alejando de la Salvación. Ese "Libro de la Vida"… para terminar les voy a dar un ejemplo de cómo es de hermoso el "Libro de la Vida"- Yo era muy hipócrita y a la gente le decía a alguien: “ iUy, oye como estás de linda! ¡Qué vestido tan precioso, como se te ve de lindo!” y por dentro decía "Uy, ¡qué pinta tan asquerosa! y todavía se cree la reina.” En mis pensamientos, en ese libro, se ve igualito lo que yo decía con mi lengua… con una diferencia: se veían mis pensamientos, y se veía el interior de mi alma. Todas mis mentiras quedaron al rojo vivo, ¡vivas! Todo mundo se dio cuenta. A mi mamá, cuantas veces me le volaba (escapaba) porque mi mamá no me dejaba ir para ningún lado. “Mami, tengo un trabajo en grupo en la biblioteca”, y mi mamá creía el cuento. Y arrancaba a ver una película de pornografía, o a un bar a tomar cervezas con mis amigas, y mi mamá viendo mi vida. Nada se escapó, vea. ¡Es tan lindo "El Libro de la Vida"! Vi que mis padres me daban bananos en las comidas (en la época mía mis padres eran pobres, de manera que en mi lonchera era bananos, bocadillos y leche, y yo me comía el banano y botaba la cáscara de los bananos por todos lados). Nunca tuve la conciencia de pensar que si yo dejaba una cáscara de banano podía hacerle algo a alguien. Ahí quedó la cáscara de banano, pero ¿saben qué fue lo lindo? Que el Señor me mostró algunas veces, no siempre, quién se cayó con esa cáscara de banano y que hubiera podido asesinar a esa persona, por mi falta de misericordia y cómo solo una vez, que hice una confesión con dolor y vergüenza bien hecha, que fue cuando una señora me dio 4.500 pesos de más en un supermercado en Bogotá. Y mi papá nos había hablado de ser honrados y nunca tocar un centavo de nadie y yo me doy cuenta en el carro, cuando ya voy para mi consultorio, “¡Ay! esa vieja bruta, este animal me dio 4.500 pesos de más y ahora me toca devolverme”, y miro y hay un trancon y digo "¡Uy no! ¡Qué me voy a devolver! No, ¿quién la manda de ser tan bruta?” Pero me quedó el dolor de esa plata. Porque mi papá había fundamentado muy bien la honorabilidad (honradez) y el domingo me confesé y le dije "hay padre acúseme: que me robé 4.500 pesos porque no se los devolví a una señora". Ni le puse atención a lo que me dijo el padre. Pero saben que el maligno no me pudo acusar de ladrona. Pero ¿saben qué me dijo el Señor? “Esa falta de caridad tuya cuando no reparaste el pecado… 4.500 pesos para ti no era nada, pero para esa mujer con un sueldo mínimo, era la alimentación de tres días” Y ¿saben que fue lo más triste que me mostró? Cómo sufrió y aguantó hambre un par de días, por mi culpa, con sus dos chiquitos, porque así muestra el Señor. Muestra cuando yo hago algo, quién sufrió, quién actúa y como actúa.
Me pregunta el Señor: “¿Qué tesoros espirituales traes?”
¿Tesoros espirituales?... y mis manos iban vacías. No llevaba nada mis manos, iban absolutamente desocupadas.
Es cuando me dice “¿De que te sirve decir que tenías dos apartamentos, que tenías casas, que tenias consultorios, que te considerabas una profesional con muchísimo éxito? ¿Te pudiste traer el polvo de un ladrillo aquí?”
Es cuando me dice “¿Qué hiciste con los talentos que yo te di?”
¿Talentos?
Tenía una misión. La misión de defender el Reino del Amor. El Reino de Dios. Se me había olvidado que tenía alma, muchísimo menos que tenía talentos, que yo era las manos misericordiosas de Dios. Mucho menos que todo el bien que deje de hacer le dolió al Señor. Porque ¿saben qué era lo que siempre me preguntaba el Señor? La falta de amor y caridad en el prójimo. Siempre me preguntaba por el amor, y es cuando me dice: "Es que tú muerte espiritual... “
Estaba viva pero muerta. ¡Si hubieran visto qué es "muerte espiritual"! ¡Cómo es un alma que odia! ¡Cómo es un alma espantosamente terrible de amargada y de fastidiosa!... que le hace mal a todo el mundo cuando uno está lleno de pecados. Y ver mi cuerpo por fuera oliendo muy rico y con buena ropa, y mi alma oliendo horrible viviendo en los abismos. ¡Con razón tanta depresión y tanta amargura!
Y me dice: "Es que tu muerte espiritual comenzó cuando a ti te dejaron de doler todos tus hermanos".
Era una alerta. “Cuando veías el sufrimientos de tus hermanos en todas partes, o cuando veías en los medios de comunicación que mataron, secuestraron, desplazaron y tú con la lengua por afuera dices: ¡Ay, pobrecitos! ¡Que pecadito! Pero no te dolían tus hermanos. En el corazón no sentías nada, toda de piedra, el pecado te lo petrificó."
Cuando se cierra mi Libro, ¡¿ustedes se imaginan la tristeza tan grande mía?! ¡Cuánto dolor por haberme portado así con mi Papá Dios! Porque a pesar de todos mis pecados, a pesar de toda mi inmundicia y de toda mi indiferencia y de todos mis sentimientos horribles, el Señor siempre, hasta el último instante me buscó. Siempre me enviaba instrumentos, personas, me hablaba, me gritaba, me quitaba cosas para buscarme… Él me buscó hasta el último instante. ¿Saben quién es Papá Dios?..."pidiéndonos cacao" (cortejándonos) a cada uno de nosotros para convertirnos.
Yo ¿cómo le podía decir "Óigame Señor, ¡Vd. me condenó!"? ¡Claro que no! En mi libre albedrío escogí quién era mi papá, y no fue mi papá Dios. Escogí a Satanás; ese fue mi papá. Y cuando se cerró ese libro, yo veo en mi mente que estoy de cabeza porque me voy a un hueco (agujero), y después de ese hueco se va abrir una puerta. Y allí ya voy… y empecé gritarle a todos los santos que me salvaran. ¡Ustedes no tienen idea la cantidad de santos que llegué a saber! Yo no tenía idea de que sabia tantos santos… era tan mala católica que pensaba que igual me salvaba San Isidro el labrador que San Francisco de Asís. Y cuando se me acabaron todos santos, el mismo silencio. Sentía un vacío, un dolor tan grande, diciendo: “y todo el mundo allá en la tierra pensando que "tan santa", esperando que yo me muera para pedirme un milagrito. Y ¡miren para dónde me voy!”
Levanto los ojos y me encuentro con los ojos de mi mamá, y con mucho dolor le grito: “¡Mami! ¡Qué vergüenza, me condené! Madre, a donde yo voy no te voy a volver a ver jamás.”
Y en ese momento a ella le concedieron una gracia muy bella. Estaba inmóvil y le permiten mover sus dos deditos hacia arriba, y ella señala allí y saltan de mis ojos dos costras espantosamente dolorosas, esa ceguera espiritual. Salta allí, y veo un momento hermoso: cuando una paciente me había dicho: "Mire doctora, usted es muy materialista y un día lo va a necesitar. Cuando usted esté en un inminente peligro, cualquiera que sea, pídale a Jesucristo que la cubra con su Sangre, que Él nunca, nunca la va abandonar. Porque El pagó un precio de su sangre por usted". Y con esa vergüenza tan grande y ese dolor, empecé yo a gritar: “¡Jesucristo! ¡Señor, ten compasión de mí! ¡Perdóname, Señor! ¡Dame una segunda oportunidad!” Y ese fue el momento más bello. Yo no tengo palabras para describir ese momento: Él baja y me saca de ese hueco. Cuando Él me recoge, todas esas cosas se botaron al piso. Me levanta y me saca a esa parte planita, y me dice con todo ese amor: "Vas a volver. Vas a tener tú segunda oportunidad (...)”. Pero me dice: “Pero no por la oración de tu familia, porque es normal que ellos oren y clamen por ti, sino por la intercesión de todas las personas ajenas a tu carne y a tu sangre que han llorado, han orado y han elevado su corazón con muchísimo amor por ti”. Y empiezo a ver cómo se prenden un montón de lucecitas que son como llamitas blancas llenas de amor. Y veo a las personas que están orando por mí. Pero había una llama grande, grande, que era la que más luz daba, la que más amor daba. Yo miraba quién era esa persona que me amaba tanto. Y me dice el Señor: "Esa persona que tú ves allí es una persona que te ama tanto, tanto, que ni siquiera te conoce". Y me mostraba: había visto el recorte en la prensa del día anterior porque bajó al pueblo, bien pobre. Era un campesino que vivía al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta. Bajó el hombre, bien pobrecito. Compró una panela y se la envolvieron en una hoja del "Espectador" del día anterior. Estaba ahí mi fotografía, quemada. Cuando ese hombre ve esa noticia, que ni la leyó de corrido, se fue para el piso (se tiró al suelo) y empieza a llorar con un amor tan grande, y dice: "¡Padre! ¡Señor, ten compasión de mi hermanita! ¡Señor, sálvala! ¡Señor! Mira Señor, si tú salvas a mi hermanita, yo te prometo que me voy al "Santuario de Buga" y te cumplo una promesa, pero ¡sálvala!". Imagínense un hombre pobrecito, no estaba renegando ni maldiciendo porque estaba aguantando hambre, con una capacidad de amor… ¡ofrecerse a atravesar todo un país por alguien que no conocía!
Y me dice el Señor: "Eso es Amor al Prójimo" (...)
Y entonces me dice esto: “Vas a volver, pero tú no lo vas a repetir mil veces, sino mil veces mil. Y ¡ay de aquellos que oyéndote no cambiaran! Porque van a ser juzgados con más severidad, como lo vas a ser tú en tu segundo regreso, mis ungidos o cualquiera de ellos, porqué no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.”
Y esto, mis queridos hermanos, no es una amenaza. El Señor no necesita amenazarnos. Esta es la segunda oportunidad que ustedes tienen y ¡gracias a Dios que viví lo que viví! Porque cuando les abran "El Libro de la Vida" a cada uno, cuando se mueran cada uno de ustedes, vamos a ver ese momento igualito, y vamos a vernos tal cual somos, con la diferencia que vamos a ver nuestros pensamientos y nuestros sentimientos en la presencia de Dios. Y lo más hermoso es que cada cual va a ver al Señor enfrente de cada uno de nosotros, otra vez pidiéndonos cacao (cortejándonos) para que nos convirtamos, para que de verdad empecemos a ser nuevas criaturas con Él. Sin Él no podemos.
Que el Señor los bendiga a todos grandemente. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a nuestro Señor Jesucristo!
6 comentarios:
¡¡Qué impresionante!!
HOY LEI ESTA REFLEXION. Y ME HA SERVIDO PUES ME ENCONTRABA TRISTE CON MI FAMILIA, PERO ME HA ECHO VALORARLOS Y QUERERLOS AUN MAS.SI ES CIERTO LO DEL LIBRO DE LA VIDA,POR EL VAMOS HACER JUZGADOS CADA UNO DE NOSOTROS. EMPECEMOS A RECTIFICAR NUESTROS SENTIMIENTOS.DIOS LES BENDIGA POR SUS COMENTARIOS.
Leer este testimonio es una experiencia edificante, que nos enseña que Dios está pendiente de nosotros hasta el final, aún en los momentos en que pensamos que todo está perdido.
Impactante relato. Ya le había visto por Teleamiga y me impresionó hasta las entrañas. Este testimonio nos llama a la inmediata convresión, sin vacilaciones y vaguedades.
Soy colombiana, y conozco de cerca a Gloria Polo, y su testimonio, Gracias al amor infinito de Dios nos ha permito conocer a personas que han tenido esta experiencia de amor, y que nos invita a ser bondadosos y orar siempre por todos nuestros hermanos Gracias a esa intercesión amorosa y desinteresada de este humilde hombre Dios nos dejo este testimonio de vida. Para nuestra conversión.
Martha Lucía Pérez . 20 sept-2008
QUE GRANDE ES NUESTRO SEÑOR DIOS, POR DIOS AL LEER ESTO HICE UNA RECAPITULACIÓN DE MI VIDA Y HE PECADO TAMBIEN DIOS MIO PERDONAME, PERDONA A TODOS LOS PECADORES DEL MUNDO, GRACIAS DIOS POR HABERME DADO UN PADRE UNA MADRE QUE ME HAN ENSEÑADO LO HERMOSO DE LA VIDA AUNQUE YO RENIEGUE DE ELLOS, PERDONAME DIOS POR TODOS MIS PECADOS DIOS PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO SANTIFICADO SEA TU NOMBRE HAGASE SEÑOR TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO PERDONANOS DE NUESTRAS OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDES NO NOS DEGES CAER EN TENTACION LIBRANOS DEL MAL AMEN ( QUE ASI SEA) TE AMO DIOS Y A TI VIRGEN SAINTISIMA HE INMACULADA MARIA YO TE ADORO NOCHE Y DIA TE AMO
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